Xoves. 28.03.2024
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O Modesto Patrimonio: A Pedra do Encanto de Olveiroa

O Modesto Patrimonio: A Pedra do Encanto de Olveiroa
Corzón desde a Ruña-Mazaricos Vistas de Corzón, Mazaricos desde o monte da Ruña

“Todos en la comarca miraban con cierta pavura, mezcla de superstición y curiosidad, un grueso peñasco que erguía su informe silueta a corta distancia del camino vecinal que va da Ponte Olveira a Dumbría. Los “alquiladores de Santiago” que conducían y guiaban sus mercancías sobre lomos de tísicos rocinantes, los viajeros que iban a Corcubión y Fisterra, solían detenerse al llegar a la empinada cuesta de Olveiroa, para decirle  al señorito: “¿Vostede ve ese penedo”? Elle a Pedra do Encanto. Allí disque hai unha mina.

Efectivamente era la creencia popular, quien sabe desde que tiempo. Pero como tiene su tiempo en la vida, había llegado también la hora de rasgar el velo del misterio que envolviera el mencionado peñasco, durante tantas generaciones. Administraba entonces los intereses espirituales de la inmediata parroquia de Corzón un sacerdote amigo mío, francote, campechano, excelente mozo él y tan buen cantor que, cuando entonaba el “autus es” como dicen los paisanos, todos abrían tamaña boca de admiración exclamando “Non, como D. Gorgorio non canta ningún crego na redonda”

Contaba el tal D. Gregorio (que así se llamaba en castellano y lleva por apellido Rodríguez Maceira, vivo aún, si no fallan mis cálculos) entre sus feligreses, un zapatero, (excuso decir que era de Noya) muy leído u escribido, según los habitantes del Puente. Este discípulo de San Crispín, nombrado D. Pepe, por más señas, en sociedad con el albañil del lugar, adquiera un libro de brujerías, no sé de quien ni porque medios, merced a cuyas revelaciones, contaban seguros descubrir “el encanto”  y apoderarse de los tesoros enterrados en las entrañas del célebre peñasco. Mas para realizar sus planes era preciso el ministerio de un sacerdote, pues harto se sabe que sin su concurso no puede llevarse a cabo semejantes empresas, en opinión del vulgo.

¿A quen chamaremos? se preguntaban una noche los dos comensales, entre sendos tragos de avinagrado peleón, procurando que nadie se enterase de sus cuchicheos.

¡Calade.., exclamó el maestro de obra prima; D. Gregorio parece feito pro caso!

Y allá se dirigen en amigables compañía a la casa d´o siñor Abade. Recibióles éste con la amabilidad y buen humor  que formaban su característica, y al escuchar las proposiciones de los nocturnos visitantes, soltó una carcajada tan ruidosa y estupenda que casi los desmaya del susto. Fueron inútiles las paternales exhortaciones que les dirigió después, tratando de convencerlos de que todo aquello no era más que superstición y locura, consejos y fantasías que sentaban muy mal en personas sensatas como ellos. Convencido, al fin de que tenía que habérsela con los dos alucinados, sonrió maliciosamente el buen padre de almas, y dijo:

-Está bien, mañana iremos a descubrir “el encanto” , pero me anticiparéis una pequeña limosna para el culto, pués no quiero admitir la parte que me ofreceis de los tesoros que se encuentren.

Cerrado el trato y obradas doce miserables pesetucas que el cura se embolsó tranquilamente, convinieron en que la próxima noche, después de cenar lo mejor posible en el mesón de Talardo, se realizarían la singular aventura.

Al despedirse no observaron los proponentes en el clérigo un guiño burlesco que contrajo las líneas de su fisonomía bastante pintoresca. No hubieran dudado de otra manera que les preparaba un chasco colosal, como así sucedió.

Al amanecer del siguiente día, de paso para la iglesia, algo delante de su domicilio, pues no vivía en la rectoral, sino en la casa paterna, se vió a D. Gregorio ó Goriño, como le llamaban cariñosamente sus amigos, conversando con un picapedrero de toda su confianza. Las instrucciones que debería darle las supondrá el lector más adelante.

Un largo rato después de haber anochecido, con el estómago atestado de bacalao y oliendo al buen tinto d´o Riveiro  trepaban los tres excursionistas la escabrosa senda que coducía al misterioso “penedo.”

Detuviéronse a cierta distancia; púsose el sobrepelliz y la estola morada, encendieron sus acompañantes dos velas de cera y comenzó la ceremonia.

El silencio era profundo, interrumpido a intérvalos solo por el grito de los “mouchos” que nunca pareció tan lúgubre a aquellos dos candelabros con forma de hombre. Allá, a lo lejos, destacábase majestuosamente la mole granítica del Pindo, ocultando su cresta en la negrura del horizonte y la suave brisa que traía sobre sus alas los sonrientes murmullos de la gran cascada del Ézaro, la más imponente de Galicia helaban la sangre en las venas del zapatero y el albañil, que creían escuchar por todas partes las carcajadas del mismo Lucifer.

-Acercaros y alumbrad bien, les dijo el cura conteniendo la risa á duras penas al verlos más pálidos que los cirios que sostenían con temblorosa mano.

Abrió el libro mugriento y arrugado, hizo la señal de la Cruz, derramó agua bendita en derredor y empezó a murmurar unos latinajos que daban pena oirlos. Los ojos de los improvisados acólicos se fijaron instintivamente y con asombro en el vértice de la musgosa peña. “No tengais miedo, gritó el oficiante al escuchar los aldabazos que el corazón daba en el pecho de aquellos infelices: si escapais todo se pierde. ¿Firmes!.. ¿Ahora..? ya se imaginaban ver salir del buche del peñasco chorros de amarillentas peluconas y sus pupilas se dilataban, se dilataban con los aleteos de una esperanza realizada. De pronto alumbró la piedra un resplandor fosforecente, parecido a los primeros bufidos de un cohete, que hizo caer en tierra los cirios apagados y tras el relámpago vino un trueno, pero  ¡qué trueno!, formidable, espantos de cuyos ecos, prolongándose en la cuenca e las montañas vecinas, parecía anunciar el desplome del firmamento, la destrucción del universo.

El zapatero y el albañil, ciegos, aturdidos, dando tumbos y haciendo piruetas, arrancan  á correr cuesta abajo, como almas que lleva el diablo, sin acordarse, ni escuchar las voces de D. Gorgorio, que por poco estalla de risa al oir a la distancia el rápido y sonoro taconeo de los fugitivos. El efecto del barreno había sido terrible para ellos, según lo atestiguaron sus esposas al siguiente día, mientras les aplicaban vendajes y cataplasmas.

El encanto había desaparecido, los pedazos saltados del peñasco al empuje de la pólvora, dejaron ver a los curiosos en su fondo hueco, los restos pulverizados de un ser humano, algunos caracteres ininteligibles y pedazos mohosos de un arma de hierro.

Desde entonces, los pastores que cuidan sus ganados por aquellas serranías recuerdan entre burlas y chacotas, el susto mayúsculo de los “desencantadores” y la soberbia ocurrencia de mi amigo el cura Maceiras”.

  • Francisco Suárez Salgado (Buenos Aires, Octubre de 1897). A Coruña 25-11-2018
Mapa de Encanto de Olveiroa Mapa de Encanto de Olveiroa

Este artigo foi publicado por Francisco Suárez Salgado no xornal “EL ECO DE GALICIA” en Outubro de 1897. Este periódico foi fundado en Bos Aires por Xosé María Cao Luaces no ano 1892. Sospeitamos que o autor era un gran coñecedor do terreo onde se desenvolve esta aventura. Pola exposición xeográfica do relato, comenzando polo cura de Corzón, os ruídos dos mouchos, a maxestuosa mole do Pindo xunto cos ruídos da cascada do Ézaro, situamos estos feitos no Monte de Olveiroa, onde destaca o Alto do Sino onde existe un vértice xeodésico, a 415 m. sobre o nivel do mar. A media ladeira, polo lateral sur, pasa o Camiño Real de Fisterra, paraxe coñecida como “O Lapedo”, delimitado polo cauce do Río Xallas.

Nesta paraxe, según documentos antigos, existía ao longo do camiño ata a Ponte Olveira unha necrópolis con sete mámoas  que máis tarde serían incorporadas como símbolos ao escudo do concello de Dumbría. Queda a dúbida de se esta Pedra Encantada onde se agochaba este tesouro era realmente un “dolmen”, que para os lugareños de antes tiñan a creenza que nestas pedras encantadas  vivían as mouras, encargadas de cuidar e vixiar os tesouros.

 

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