Muros: o motín de 1899

En Novembro do ano 1899 houbo en Muros unha revolta popular de singular crueza, en protesta pola aplicación que quería facer o Concello do chamado “imposto de consumos”.
O “imposto de consumos” era un imposto xeral, ordinario e indirecto que gravaba unha vintena de produtos básicos, de “comer, beber e arder”. A cada concello asignábaselle unha cantidade anual que debía remitir á facenda pública. A cantidade calculábase atendendo ao número de habitantes de cada localidade, entre outros criterios. Os Concellos estaban autorizados a impoñer recargas sobre os produtos gravados de ata un 100%. Desta maneira, esta contribución converteuse na principal fonte de ingresos, tanto da Facenda nacional, como das Facendas locais.
Os consumos encarecían o prezo final dos produtos pero ademais a súa recadación xeraba unha clara desigualdade, xa que os grandes propietarios e comerciantes puideron zafarse dos consumos grazas á fraude. Doutra banda, protestábase tamén porque os intermediarios baseaban os seus negocios na recarga e encarecemento dos produtos básicos. Ese imposto poderíase considerar como o IVE actual. En 1911 foi suprimido definitivamente.
En Muros, o enfado da poboación era grande e a xente levou a súa protesta ao mesmo pleno do Concello onde os corporativos estaban reunidos. Unha versión dos feitos do acontecido foi relatada polo veciño D. Domingo Fernández Luces, nun escrito publicado no xornal “El Diario de Pontevedra”, a finais de novembro dese mesmo ano. A versión deste veciño non dubida en acusar ao entón párroco D. José Souto Iglesias de ser o instigador e promotor da revolta. Este sacerdote fora nomeado párroco de Muros no ano 1896, e viña de ser párroco en San Félix de Sales (Vedra). En anos seguintes, a prensa local (La Liga de Muros), non dubidada en tachalo de cura liberal, pola súa intromisión en asuntos da política local, e ser firme e declarado defensor do político galego Montero Rios.
Velaquí o relato dos feitos en palabra do veciño D. Domingo Fernández Luces:
Sr . Dr, de EL DIARIO DE PONTEVEDRA.
Como vecino, un deber me obliga enterar a V. a la ligera, de los sucesos ocurridos en esta villa el día 9 del corriente con motivo del repartimiento de consumos. En dicho día tenía lugar la sesión de agravios, y, con tal motivo, todos los individuos de las parroquias capitaneados y alentados por Santos Lago, D. Juan Louro, y D. José Souto Iglesias, párroco de esta villa, promovieron un grave conflicto de orden público, por medio del cual se ha impedido el libre ejercicio de las funciones encomendadas a la autoridad, al par que ejecutaron las mayores salvajadas de destrucción.
Amenazados los individuos que componían la junta, por el motín, se vieron precisados a abandonar el salón donde estaban constituidos y darse a la fuga, echándose de una ventana, no sin inminente peligro de sus vidas, siendo al mismo tiempo algunos de ellos golpeados; tanto es así que D. Domingo Barreiros Concha, recibió una puñalada. Invadido el salón a que hago referencia, por la turba, se encontró solo, en medio de tanto tumulto, el Alcalde D. Joaquín Fernández y no quedando ya más que destruir y arruinar en el Ayuntamiento se dirigieron las turbas precedidas de un estandarte que era, levado por un sacerdote (para más escarnio) llamado D. José García Beiro, el cual iba con su traje talar deshonrando la verdadera religión a la casa del Sr. Alcalde que, después de romperle los cristales, penetraron en un estanquillo que tenía en los bajos de la misma robándole aquellos cacos dinero, tabaco y varios objetos de comercio. De estos hechos se halla instruyendo diligencias el Juzgado.
Al manifestar que el Santos Lago, don Juan Louro y el párroco de esta villa don José Souto Iglesias, pueden suponerse los autores de tal motín, no soy movido por resentimientos ni venganza de ningún género, sino por los hechos de que los dos primeros, cuando la casa consistorial y plaza de la constitución se encontraban ocupadas por las turbas, en compañía de don Ramón Suarez y de un hijo del don Juan, pedían a voces al Alcalde la renuncia de su cargo y apoderándose de varios documentes el Louro y Santos Lago, salieron al balcón de aquélla, destrozando estos y arrojando los pedazos a la calle.
También contribuye a la veracidad de dicha suposición el que las hijas del Louro, Louro, marchando a la cabeza del motín con el sacerdote García Beiro, fueron las primeras. según se afirma públicamente, que a la puerta del Sr. Alcalde arrojaron piedras a los cristales, pues ni uno dejaron sin romper, así como también a los de las casas en que habitan D. Rodolfo López, el Secretario del Ayuntamiento y don Alejandro Portals.
Por lo que hace referencia al D. José Souto Iglesias, que podemos llamarle el primer motor que contribuyó al fomento de la sedición y de los desórdenes referidos, lo justifica el hecho cierto de que cuándo las turbas se dirigían a la puerta del Alcalde, aquel Sr. Cura, desde la ventana de su casa que está muy cerquita de la de dicha autoridad, les aplaudía entusiasmado y les decía <adelante, adelante, muy bien, viva, viva> dando pruebas inequívocas de que gozaba con lo sucedido, pues con el gorro en la mano lanzaba gritos subversivos que provocaban la verdadera sedición, ocasionando por lo tanto, la alteración del orden público y rubor a todas aquellas personas sensatas y prudentes que lo veían.
Causa horror, Sr. Director, el proceder de tales señores; pero mucho más el del Sr. Souto Iglesias que, como pastor de almas debiera atraer al redil, con su ejemplo, doctrina y sana moral, las ovejas descarriadas y no dando escándalo con sus exhortaciones que, lejos de ser encaminadas al cumplimiento del bien, llevaban la ponzoña del mal.
Pero no debe extrañarnos tal inicuo proceder del Sr. Cura, pues acostumbrado a pasar toda su vida en aldeas, y como párroco a ejercer despotismo con los pobres paisanos, cree que en esta villa va a suceder lo propio y valiéndose de estos tumultos, quiere echárselas de político tomando parte activa en las cuestiones de localidad. ¿Pero no sabe el Sr. Souto Iglesias que las cuestiones de localidad no son tan fáciles de arreglar? ¡Ah… yo comprendo perfectamente su ignorancia; el Sr. Cura se cree, o tiene metido en su cabeza, nada circunspecta, que tan fácil arreglar a todo un distrito, como preparar uno de aquellos panegíricos que él acostumbra¡ Bien, dejemos esto y a cada loco con su tema.
Creíamos que todo estaba terminado y que ya reinaba la tranquilidad y la calma; mas no sucedió así, pues el día 12 se reprodujo el motín. Si el repartimiento era la causa de que los individuos de las parroquias se sublevasen, una vez hecho pedazos ¿a qué luego el segundo motín? ¿No habían satisfecho sus deseos los autores de la sedición? Los verdaderos autores, no; querían algo más; y no era el repartimiento el objeto de tanto desorden, sino una cuestión política. ¿Cuál era ella? pues la exigencia tonta de que el Alcalde, D. Joaquín Fernández y Martínez presentase renuncia de su cargo; mas este señor, respetando el carácter que tenía y fiel siempre la política que representa nuestro digno Diputado don Eugenio Montero Villegas, no accedió a las amenazas de las turbas, antes, al contrario, trataba de hacerles ver que lo que pedían era un absurdo opuesto al buen sentido y al prestigio de la autoridad ofendida. Repetidas veces en este día, el Sr. Alcalde, cumpliendo con la bandera Nacional, a intimar a los amotinados a que despejasen la plaza de la Constitución y estos, sin consideración de ningún género a aquélla ni a la autoridad de aquél no hacían otra cosa que tirar piedras y pedir a voces la renuncia de su cargo y de todo el Ayuntamiento.
Yo confío en que el Sr. Juez de instrucción de esta villa, sabrá castigar con dureza tanta criminalidad; así también como el Emmo. y Rvdo. Sr. Cardenal Arzobispo de esta diócesis, a quien supongo al corriente de lo ocurrido, impondrá, a los dos sacerdotes D José Souto Iglesias y don José García Beiro, que tan vilmente hollaron los principios de nuestra santa religión, el más severo castigo, pues solo las podrán lavar las manchas afrentosas que sobre sus conciencias pesa, por su actitud nada ejemplar ni honrosa; castigo que, impuesto por tan digna autoridad, deben sufrir necesariamente en esta vida para que sirva de disciplina y ejemplo a los demás, sin perjuicio del que les espera en la otra, donde, solo un buen arrepentimiento de antemano puede proporcionarles el perdón.
No enteré a usted antes de los hechos narrados, porque esperé a ver si se reproducían los desórdenes. Ayer, los amotinados dieron todavía muestras de sus hazañas, pues rompieron todos los cristales de la casa de D. Ramón Rodríguez, vecino honrado y pacífico. La generalidad continúa en calma, no obstante hallarse en esta, desde hace días, un Delegado de Hacienda que trae la misión de confeccionar el repartimiento aludido.
De lo que ocurra le tendré al tanto.
Termino Sr. Director, rogándole me dispense el señalado favor de dar cabida, en su ilustrado diario, al precedente comunicado, por cuyo favor le vivirá muy agradecido y le anticipa las gracias su atmo. s. s. q. b. s m.,
Domingo Fernández Luces. Muros 26 noviembre 1899.
- Manuel Lago Álvarez, Manolo de América