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15/12/25

Los edificios muertos de España

Los edificios muertos de España

En España, hay más edificios en ruinas que silencios en un duelo. El país, que en sus mejores horas quiso ser un solar de sol y futuro, hoy conserva estos esqueletos de piedra o ladrillo como quien guarda las fotos de la familia en blanco y negro: con cierta nostalgia, con cierta tristeza de domingo por la tarde.

Porque un edificio abandonado - esto conviene que se empiece a decir con la naturalidad de un escritor de obituarios - es un muerto. Un muerto sin epitafio ni ceremonia. Un cadáver gris y urbano que permanece en pie - los que permanecen en pie - por puro empecinamiento, como aquellos muros de la patria suya que cantó Quevedo - don Francisco -, como esos viejos que no quieren acostarse porque saben que, si lo hacen, ya no se levantarán.

En cada aldea, en cada pueblo, en cada ciudad hay un difunto de cemento: la fábrica donde ahora trabaja el eco, el caserón aburrido de sí mismo, la estación de tren a la que ya solo llega el polvo.

España está sembrada de estas ruinas verticales que no encuentran paz ni derribo, que se quedan en medio del paisaje como una frase sin terminar.

Las ruinas españolas tienen algo de la obra Chirico. El Giorgio de Chirico que me descubrió M; Giorgio de Chirico, mago de las plazas eternamente desiertas, donde la luz cae torcida y las sombras resultan una sorpresa. En una tarde cualquiera, al pasar junto a un edificio abandonado, uno tiene la impresión de estar caminando por un cuadro metafísico: nos sentimos observados por ventanas que ya no son ventanas, por arcos que no llevan a ninguna parte, por un silencio verde y oscuro que parece preguntarnos por lo que hemos olvidado de nosotros mismos. Esas fachadas vacías y sin alma, coma sus formas humanas, son los maniquíes de De Chirico. ¿En qué parte del camino la perdieron?

Un país, como una persona, se define por sus restos. Y España - tan dada a la melancolía, tan aficionada a mirar hacia atrás como si se le fuera a aparecer la gloria por sorpresa - convive con estos muertos arquitectónicos como el que pasea entre viejos conocidos.

Hay edificios que se han quedado sin habitantes y habitantes que se han quedado sin edificio. Quizá por eso las ruinas nos hablan: porque ellas sí recuerdan. Recuerdan la vida que tuvieron, recuerdan el ruido, recuerdan la luz que albergaron en su interior a la anochecida. Y recuerdan el abandono al que se ven sometidas, que es la forma más silenciosa que tiene de actutar la muerte.

En sus grietas todavía late algo mínimo. Un temblor, un murmullo, un resto de dignidad. Las ruinas españolas no se caen del todo porque aún esperan - como buen muerto literario - a que un arquitecto o un poeta las reconstruya de cemento y palabras.Y ahí reside su belleza: no son pasado, no son presente, no son futuro. Son ese punto intermedio en el que la vida todavía no se decide a irse, y la muerte todavía no se atreve a reclamar su sitio. Son los fantasmas visibles de un paisaje que prefiere no olvidarse.

 

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