Puerta del Sol
Me entero por la prensa, aún metido en cama, que la casa de Coruña de cuando todavía no había amanecido y andaba yo ya por la calle, ha dejado de existir y ya es Historia. El día veinte de este mes, o sea el sábado pasado, ha cerrado por jubilación la cafetería y conocidísima casa de comidas Puerta del Sol (calle Sol, 5).
Cuando termino de leer lo que dice el periódico, adivino que un sentimiento parecido a la tristeza - también puede que sea nostalgia - se me instala en el pechocomo un vértigo o un gato. Una vez levantado, ya fuera de la ducha, en lo que tardo en secar y arreglar la melena, pienso en todas las cosas que me han ido sucediendo paralelamente al inicio de mi clientelelazgo para con este Café de barrio clásico, antiguo, trabajador y que siempre vi de un color amarillo tirando a beige.
Amabilísimo Pepe que me preparó durante un año el café y las tostadas del desayuno, siempre con el usted por delante y la bandeja redonda y plateada y ligera como espejo claro en la madrugada coruñesa. Yo, que por aquel entonces me levantaba tempranísimo - mucho más que ahora - quedaba impresionado cuando llegaba a su altura, antes de comenzar la jornada en la Escuela Infantil situada a escasos cien metros, y encontraba el bar abierto y funcionando. Dentro, la prensa fresca, las voces de los repartidores, de los noctámbulos, de aquella mujer guapísima que se pasó a desayunar tres o cuatro mañanas - lo que le duró el hospedaje en el Meliá, supongo -, el ruido de las tazas y los platos, de las calderillas que iban cayendo en el bote, el “ espérese un momento, haga el favor” y el “ en aquella mesa está el periódico “.
Más tarde me dejaría caer por allí a la hora de comer en buenísima hora y a tiempo para degustar los jureles en escabeche, la tortilla, la ensaladilla, el rabo de toro y el conejo guisado que la cocinera preparaba. Lo que no recuerdo es haber comido nunca postre, ya que el primer plato me bastaba para salir rodando - aunque no me cabe duda de que lo tenían que hacer bueno -. Imprescindible, fumarse un pitillo al terminar el festín; con eso, creo que lo digo todo.
La mañana avanza y voy escribiendo este artículo por los Cafés habituales, por otros Cafés que no son, ni serán ya, el de la calle Sol. Escribo este artículo, no sé si como homenaje a esta gente de la que tanto desconozco, al tiempo que lamento la falta de tiempo para reunir allí a tantos amigos como hubiera apetecido para descubrirles el lugar. Cerrar sitios, ver morir o enfermar a los amigos, es ir clausurando la propia vida.
Que a uno le cierren el bar, la cafetería, el establecimiento, lo que sea, supone un dolor frío como de cuchillo o separación femenina. Resulta que la última novia nos ha dejado por los mismos motivos que la primera: por cabrón, por insensible, por mal hablado, por ir a la taberna con los amigos, con el amigo - ese amigo que es la única patria que le queda a uno -. Resulta que a uno le han cerrado el bar - el bar, la cafetería, el establecimiento, lo que sea. Todo lo que fue Puerta del Sol -. Hay que joderse. Hay que joderse. Hay que
joderse, sí; hay que joderse. Cada bar que nos cierra, cada mujer que nos deja, nos va achicando más el Mundo. Cada vez son menos los cuerpos a los que huir. Qué esclavitud de perdiz coja, vivir en los bares y en las mujeres. Pero siempre nos quedará el Sanín. Hoy nos queda el Sanín - muy cerquita de este otro que nos abandona -. Y si nos queda hoy, nos quedará siempre por aquello que dijo el poeta. Hoy es siempre todavía. ¡Hoy es siempre todavía! Aunque el hoy dure lo que el temblor de un nombre en los labios y el siempre lo que tarde Tere en jubilarse.
- Abraham Trillo. Escritor e Educador Infantil.
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